miércoles, 25 de marzo de 2015

DAÑOS POR INCENDIO EN SALTAPURA

Fotografías de Erwin Quintupill

El 25 de febrero vivimos un incendio enorme y las pérdidas fueron grandes. Aquí entrego un listado aproximado de ellos.

Agrego que el próximo 2 de abril, se anuncia la realización de una actividad para reunir fondos e ir en ayuda de los afectados/as. Los organizadores son la Asociación Indígena Xokiñ Mapu.

También me informaron que la Biblioteca Mapuche Autogestionada Mogeleam Kimun piensa realizar una cena a fines de abril, con el mismo propósito.

A la fecha, se han realizado tres reuniones en la sede de la Organización Comunitaria. Han asistido funcionarios de Conadi, de Indap y del Municipio local.

La asistencia estatal ha consistido, hasta ahora, en:


  • Fardos de paja de trigo y melaza, para los vacunos y ovejas.
  • Una caja de alimentos no perecibles.
  • Mañana jueves, ha programado la entrega de alimentos para ovejas y cerdos.
Igualmente ha llegado ayuda de particulares:
  • Un señor de apellido "Mulchi" ha facilitado forraje.
  • La Iglesia Adventista de Teodoro Schmidt ha hecho llegar fardos de paja, ropa, más una ayuda especial a las tres familias que perdieron sus casas.
  • La Iglesia Adventista de Molco (creo), sector rural cercano, entregó fardos, papas, avena y trigo.
Respecto a establecer empastadas, hay acuerdo en hacerlas. Sin embargo, el gran problema es que sin cercos y lluvia, podría ser inútil su establecimiento.

¡Necesitamos materiales para reponer los cercos!


Cerco de empalizadas, hecho por nuestros padres hace casi un siglo atrás.


Aquí hubo una casa, la de Alejandro Parra, vecino no mapuche. (Vive al lado de Saltapura).


Granos de lupino, de una siembra totalmente quemada.


Manzanos quemados, en nuestra quinta. No son recuperables, porque al quemarse la corteza se detiene la circulación de sustancias, y también porque al perder su follaje dejan de fotosintetizar.


Pitranto (grupo de árboles y arbustos nativos que viven en el lecho y a orillas de los esteros).


Aquí hubo un pozo para regar la huerta. El motor que impulsaba el agua, también resultó quemado.


Restos de la casa de Francisco Canales.


El sitio en que estaba la casa de Víctor Reyes, vecino no mapuche.

***
He aquí la nómina de daños y perdidas. Repito que es una aproximación. Toda la información ha sido levantada por personas que habitamos allí (Fernando, Jeannette, Teresa, Carina y yo). Esperamos, pronto actualizar los datos impreciso y agregar los daños en las comunidades de Millacoy, Pilolcura, Bolil y Bolonto.


DATOS (pérdidas y haberes)
Cantidad
Hijuelas afectadas[1]
33
Hogares afectados[2]
28
Habitantes afectados[3]
94
Beneficiarios PDTI[4]
15
Beneficiarios INDAP[5]
5
Hogares asistidos con agua[6]
22


Casa habitación quemada
3
Cercos destruidos (m)  [7]
41600
Bodega o galpón quemados
3
Casa fogón quemada
3
Gallineros dañados
1
Letrinas quemadas
3
Corrales dañados
7
Chiqueros dañados
1


Huertas dañadas
6
Invernaderos dañados 
2
Siembras dañadas: lupino, linaza, avena y trigo. (ha)
Pendiente[8]
Otros cultivos dañados: chacras y huertas (ha)
Pendiente
Hogares con praderas dañadas
28
Praderas naturales[9]
Pendiente


Pino insigne (ha)
Pendiente
Eucalipto (ha)
Pendiente
Bosque nativo  (ha)
10
Castaños (cantidad) (2 hogares)
220
Quintas dañadas
8


Abejas quemadas (cajones)
32


Pozos secos y/o destruidos
14
Motores extractores de agua destruidos
4
Estanques de agua destruidos o caídos
2
Torres de agua dañadas o caídas
3


Animales muertos
1 vaca, 60 gallinas y pollos
Cerdos vivos
115
Vacunos vivos
113
Ovejas vivas
135
Caballos vivos
3
Gallinas y pollos vivos
272
Pavos vivos
26
Gansos vivos
56
Patos vivos
6


Madera aserrada quemada (pulgadas)
1000

Observaciones:

-         4 hogares perdieron algunas herramientas
-         2 hogares perdieron todas sus herramientas
-         2 hogares perdieron mangueras y cañerías para regadío

Saltapura, marzo de 2015



[1] Son más; pero, aún no es posible catastrar las restantes, pues sus dueños no viven en Saltapura. (Esta situación se generó con la aplicación del DL 2568 y posteriormente con la de la actual Ley Indígena, que ha permitido la venta de algunos predios).
[2] Corresponde a casas habitadas. Se incluyen 4 vecinos que no son mapuche. Igualmente se incluye a personas mapuche que no integran la Organización Comunitaria y/o que no son usuarios de INDAP. Este organismo estatal ha sido nominado para desarrollar la asistencia a todos los afectados.
[3] Personas que habitan regularmente en Saltapura.
[4] PDTI: Programa estatal implementado por INDAP con fondos que les llegan desde CONADI.
[5] Los usuarios son personas que pueden postular a los fondos que INDAP coloca, mediante concurso, a su disposición.
[6] Estos hogares no disponen de agua, porque sus pozos se han secado. Algunos, además sufrieron la destrucción de la instalación, debido al incendio.
[7] Dato aproximado. Falta catastrar predios de aquellos que no viven en el lugar.
[8] Información imprecisa.
[9] No se ha logrado especificar el área de praderas quemadas.

miércoles, 18 de marzo de 2015

ERNA MATUS

por Erwin Quintupill


De cuando fuimos jóvenes, en Saltapura.
La cámara "manual" sobre un mueble y nosotros sonriendo.

Nos conocimos a principio de los 90. Yo estaba en la ciudad después de mi primer intento por regresar a casa. No recuerdo quién me hizo una invitación para llegar a lo de un matrimonio amigo. Era una casa tipo medio y ella, una mujer maciza, simpática, izquierdosa. No me sentí muy en mi lugar; pero, había música de mi agrado. En general, no converso mucho en estos primeros encuentros… La cuestión es que no sé por qué razón volvimos a vernos. Quizás porque coincidimos en esos afanes de doña Ana y el Club de Lectores Federico García Lorca. Se inventó la realización de un curso de Literatura Americana. El guía fue el profesor Risco, un  amigo de doña Ana. El lugar de realización, la escuela cuyo representante legal era un pastor simpatizante de las agrupaciones antidictadura. Una vez por semana, solíamos vernos por allí. Así debió ser que iniciamos una extraña amistad, en principio. Digo así, pues tenía modos de señora peluquera, podóloga y “sacapelos” de mujeres con plata. Antes del Golpe de Estado trabajaba en la Universidad de Concepción me comentó un par de veces. Allí hacía de secretaria de no sé quién. Por allí debió conocer a Raúl, el padre de sus hijos.

Después de un tiempo, un par de años quizás, me pidió conversar algo personal. Nos fuimos a Lirquén. Tal vez hayamos comido alguna cosa en el Barrio Chino. Paseábamos por Las Catas cuando me contó que estaba aproblemada por el estado en que se hallaba su relación matrimonial. No voy a entrar en detalles, sólo diré que la escuché y no le di ningún consejo. Le di a entender que lo que fuera a decidir era algo suyo y los demás no debíamos influir intencionalmente en ello. Le dije que la entendía… La cuestión es que estaba pensando en terminar con el matrimonio, y así lo hizo un tiempo después…

Debido a ese episodio, creo le sugerí salir, alejarse un poco para despejar las ideas y mirar desde la distancia su situación. Así debió ser que llegó por primera vez a Saltapura. Para los demás éramos pareja. No se entiende de otro modo que un hombre y una mujer viajen juntos. Yo sabía que no podíamos serlo, pues éramos demasiado diferentes o incompatibles. Era común que la regañara, porque alargaba la conversación sin soltar el mate que esperaba. ¡Suelta el mate, vieja jodida! Por su lentitud al caminar. ¡Apúrate, parecemos viejos antiguos: yo delante y tú detrás! ¡Ay, viejo jodido, deja de regañar!

En las noches de campo, jugábamos al carioca, algo que nunca más he vuelto a hacer. Mi hermana, que estaba allí y los demás fueron aceptándola. No fue difícil, porque Erna derrochaba sentido del humor, procuraba no ser impertinente, era respetuosa y no se complicaba con los eternos quejidos de la dueña de casa. Después solíamos reírnos de la situación. Era nuestro modo de “pelar”. Sabía cocinar y podía colaborar en todo cuanto hiciera falta.

Un día me dijo que se iba de casa. No sé cómo lo hizo. Nunca me compartió el detalle de esa separación. Tampoco se lo pedí. Sabía que no me importaban. Sí me habló de las emociones encontradas con sus hijos, y nos lanzábamos a analizar nuestro modo de ser machistas, los privilegios de hombre, los cuestionamientos a la mujer, etc. De ese modo, procurábamos entender lo que nos rodeaba. Recordábamos algún pasaje de alguna novela latinoamericana, de las que tanto gustaba leer, y seguíamos… Supongo que eso le hizo bien, pues nunca me dio a saber que le resultara insatisfactorio conversar sus asuntos conmigo. “Yo no te pregunto; si tú necesitas hablarme de algo, lo haces y ya. Lo mismo si me hace falta hablar de algún asunto personal”. Lo entendía; pero, en varias ocasiones me probó con eso de “¿Te cuento?” y dejando en suspenso lo demás. “Si quieres, sí.” “¿No sientes curiosidad?” “No, sé que si es importante para ti, lo vas a decir. De lo contrario no contarás nada y no importa, no es importante.” “¡Aaay! ¿por qué no eres curioso?” “Si lo soy; pero, no de ese modo.” Risas y vuelta a reír.

Supe, por ella, sus intentos por armar su espacio, tener su casa, hasta que lo consiguió. Así fui aprendiendo a conocerla. Volvió muchas veces al sitio de mi infancia. Le conté las historias, fuimos a las fiestas (bingos, torneos) y compartió con mis familiares y amistades. Estuvo en el funeral de mamá y allí la conocieron mis demás hermanos/as. También en el día de los muertos y estuvo ayudándome a confeccionar coronas de papel. Y de nuevo a regañar con ella porque no sabía enfocar la cámara fotográfica. ¡Solíamos aparecer sin cabeza! En fin, nada fue grave. Llegué a sentir una gran admiración por esta extraña amiga. Por lo aperrada en los asuntos que decidió emprender, contra la corriente (su familia, padres y hermanos, me contó rechazaban sus decisiones… hasta solidarizaron con su ex cuando decidió abandonar el hogar matrimonial)… Me hacen falta, solía confidenciarme; pero, en fin, tampoco estoy tan sola. Tengo mis amistades, mis amigas… En cambio, ella no los abandonó. Cuando su papá enfermó, estuvo siempre ocupada en atenderlo. Su mamá, era su preocupación permanente, sin importar que para los asuntos importantes la negara. Por todo eso, llegué a apreciar a mi amiga Erna.

El año pasado, me contó que estaba enferma, que sospechaba algo malo; pero que estaba optimista. Sin embargo, se trataba de un cáncer al páncreas que no la dejó vivir. El día domingo 18 de enero llegué a su casa, viniendo desde Santiago. Quería pasar ese día con ella, para conversar de lo que quisiera. Esa noche, cuando iniciaba el viaje me llamaron desde el sur diciéndome que el tío Pablo se moría. Por eso, estaré contigo sólo un par de horas. Debo irme a preparar mi participación en el eluwvn. Ella sabía como es eso. Se levantó un instante, tomó mi mano y me dijo: he hablado con mis hijos y les he pedido que me incineren. Algo me dio vueltas por dentro. Yo, siempre más firme que ella, en ese instante sólo atiné a quedarme en silencio, dejándola hablar… “Y quiero, que una parte de mí se quede en el mar y otra parte en Saltapura. Quiero que tú me ayudes a que se haga así”. “No hay problema. Como quieras, cuando eso ocurra”. No tuvimos ningún gesto que pudiera avergonzarnos, sentados el uno al lado de la otra, cada uno por su lado dijo así será, en silencio. Estábamos sentados en el borde de su cama… Caminaba muy poco y con dificultad. Estaba más delgada que nunca… En una visita anterior estuvo bromeando con eso de “ni poto tengo, Erwin”. Perdió el brillo del cuerpo sano, mantuvo el sentido del humor, sus ganas de pelear, su sensibilidad al momento de escuchar lo demás… Al parecer, no pudo reconciliarse con Raúl, porque no le prestaba una atención especial, aunque él se trasladó hasta a su lado y la acompañó días y noches hasta que descansó…

Hablaba por el teléfono, habitualmente con su hija Valeria y a veces con Iván. Ellos se mostraban muy cercanos a mí en el último tiempo… El 10 de febrero, mientras visitaba algunas casas de Saltapura, invitando a asistir a mi 9º Mingako (14 de febrero), al llegar a una zona con señal telefónica, vi que tenía muchos llamados… Allá por la cinco de la tarde se había quedado en silencio la que en otro tiempo no me paraba de hablar, en sus momentos de mayor efusividad, la vieja divertida que me acompañó en varios momentos importantes…

En otra visita anterior, me había dicho que a su familia les había manifestado que en nosotros había encontrado otra familia, la suya también… Por eso, esa tarde ni al día siguiente fui hasta su velatorio en Concepción. Hablé esa tarde-noche con su hija y en absoluta tranquilidad acordamos que yo esperaría su llegada, que me avisarían, que pronto, que muy pronto… No quiero que sea una tragedia me había dicho, les dijo a los demás… quiero que me canten…

El viernes 20 llegaron los Moreno Matus: sus hijos Valeria, Cristian e Iván, sus nietos, sus nueras, Raúl,  un amigo de Erna y su hermano ¿Tomás? Fue como si nos conociéramos desde siempre, como ella de seguro lo pensó y quiso. Compartimos mucho, cocinamos, improvisamos un mesón para todos… En un momento, hablé con los cuatro, les dije que Erna no me explicó por qué quiso las cosas como las estábamos haciendo, que no sabía por qué me había dado esta responsabilidad… Hablamos, hablamos y… entendimos que deseaba ver a su familia reunida entre ellos y con nosotros, que reclamaba ser comprendida y aceptada, que éramos importantes, que no nos olvidaría de ser posible… Los niños jugaban como es natural. Las nueras resultaron ser personas mucho más cercanas de lo que pensé, y Raúl en silencio recordando ¡vaya uno a saber, cuántas cosas!... Llegaron mi hermana y mis sobrinas desde el pueblo… Le pedí a mi hermana Miriam que habla bien el mapuzugun que improvisara una solicitud al bosque para dejar las cenizas de mi amiga en su interior… Ese fue el sitio que propuse, por la mañana. Fui con sus más cercanos y lo aceptaron.

***

Al interior, hay un pequeño conjunto de laureles robles, muy altos, que cobijan un copihual que, en los días de marzo y abril, colorean el paisaje. El aroma de los árboles es intenso. Un sendero, hecho por mí, entre los koliwe nos lleva hasta el lugar. Allí dejamos tus cenizas Erna Matus, espero que haya sido de tu gusto… y si, no… pues, te vuelvo a regañar, porque democráticamente hemos creído que es un buen lugar para tu espíritu soñador, sensible y dicharachero… Todos pensamos lo mismo. Esta vez no te saldrás con lo tuyo… Y por la noche del 21, el sábado, carreteamos contigo. Estuve cantando las canciones que te gustaban y los demás se sumaron… Lo hicimos como en los mejores tiempos, como si no te hubieras ido, como si estuvieras allí cantando a grito pelado – con nosotros – eso de “me he de comer esa tuna/ aunque me espine la mano”…

P.D.: El feroz incendio que te tocó vivir junto a nosotros, no dañó el espacio justo en que estás; pero sí, todo su rededor.



Pa mi cincuentenario.


7º Mingako (2013)
Fotografía: Mabel.


7º Mingako (2013)
Fotografía: Mabel.


Junto a la tía Zoila. 7º Mingako (2013)
Fotografía: Moli Amulef.


7º Mingako (2013)
Fotografía: Justine & David.


7º Mingako (2013)
Fotografía: Justine & David.


7º Mingako (2013)
Fotografía: Moli Amulef.


7º Mingako (2013)
Fotografía: Carina.

miércoles, 11 de marzo de 2015

SALTAPURA EN LLAMAS

SALTAPURA EN LLAMAS[1]

TRES LOF ARDEN DEJANDO GRANDES PÉRDIDAS



Por Erwin Quintupill
Fotografías: Erwin Quintupill



La destrucción fue/es grande. Fuimos arrasados. Todo quedó trastocado, excepto las casas que no se quemaron. Era poco más de las cuatro de la tarde, bajo un sol abrasador, cuando Guillermo me avisó que “hay un incendio” en la lejanía. Está llegando mucho pulchén[2] comenta. Salgo hacia lo alto y veo una columna gris clara. No es tan lejos y no ha llovido desde diciembre. Está todo seco, demasiado seco. Casi todas las familias están siendo abastecidas de agua, desde la Municipalidad. Esa mañana todos habíamos comentado lo extraño de la brisa, de la temperatura. Ahora el aire se llena de restos de hojas quemadas que el viento trae. Me inquieto. Suena el teléfono. Es un sobrino que desde Nueva Imperial me pregunta por el incendio. “No es aquí; pero, está cerca – le respondo –; además, el viento sopla hacia nosotros”. Así me entero de que es bombero.



Bajo a la casa, me coloco zapatos y subo a la de mi primo Herman. Allí la gente está definitivamente preocupada. Increíblemente, ya está muy cerca y han pasado menos de diez minutos. Puedo ver que de la plantación de pinos de Víctor Reyes sale un humo espeso. Marco y Fernando van y vienen, se detienen, observan y continúan. Mi primera intención fue ir hasta el lugar, para ayudar. Sin embargo, ahora estoy fotografiando la proximidad del incendio… De pronto, una lengua de fuego se levanta hacia el firmamento. Todos exclamamos lo que se nos vino a la cabeza. Por encima de los pinos, muy altos, ¡cuántos metros estaba alcanzando esa locura! Era como la lucha de Xeg Xeg contra Kay Kay… El cielo se oscurece; es posible mirar al Sol: un disco rojizo indicando eso de las cuatro y media, más o menos.





Cuando vi que la parte alta de la colina del frente, justo allí donde vive Francisco Canales, se llenaba de llamas, no pude contenerme y corrí hacia la casa, a todo cuanto mis piernas artrósicas me dieron. Mi hermana había ido al pueblo y el bus ya estaba regresando. Mis sobrinas estaban atendiendo la visita de funcionarios del Injuv, por eso del baño seco. Sólo atiné a tomar mis documentos, la computadora con que escribo, una parca por si al regreso la casa no estuviera y una toalla que mojé abundantemente, mientras colocaba las cadenas a Piciwenvy y Pezan. Mis sobrinas habían llegado y hacían lo mismo. Guillermo preparaba herramientas para salir a ayudar. Las mujeres de ciudad no pueden hacer mucho en este caso y mi Loreto ya huía con su hija de dos años y unas pocas cosas sobre la carretilla. ¡Vamos rápido! ¡Vamos! ¡Vamos! Angélica daba vueltas y vueltas. Carina, muy compungida, cargaba su mochila.

Subimos al alto, cuando el humo nos rodeaba. En eso vimos el fuego a corta distancia, a apenas unos cien metros de la casa. Mis perros quietos a mi lado y mis sobrinas subiendo con dificultad hacia la colina. Las vi usar el teléfono y me di cuenta que no lograban comunicarse. ¡A salir de aquí! ¡Al camino! ¡Salgamos! ¡Salgamos! Ya en el camino, el fuego avanzaba por el cerco de pica pica. ¡Mierda, todo está seco! Y mis sobrinas no van a llegar al portón. Les grito que avancen hacia la otra esquina. Por allí el cerco es débil y podemos romperlo para que salgan. Veo a mi cuñada Marta que va con sus perros y una bolsa. Sus hijos la acompañan. El pequeño Matías estaba siendo rescatado por Chemo de a caballo. ¡Llévatelo! ¡Después vamos a buscarlo!

Sigo por el camino, en dirección oeste. Aparecen camionetas con personas de Nohualhue que vienen a ayudar. Se regresan. El fuego es enorme. Y así nos fuimos alejando. Las muchachas lloraban. La carretilla con que huía Loreto estaba volcada a la salida y no sabíamos hacia dónde había partido. Mi niña no es tonta pensaba, sabe cómo alejarse; pero, llamaba y volvía a llamar a su teléfono sin tener respuesta. Guillermo regresaba de su vano intento por ayudar y gritaba todo cuanto podía el nombre de mi niña. Volvía al sitio del fuego y retrocedía, siguiéndonos. Los demás también gritábamos; pero, nadie nos escuchaba. Los que venían en dirección contraria no la habían visto.



Ya en el bajo, cerca del paradero de micro, vi que junto a la casa de Luisa había fuego. El humo lo oscurecía todo. Apareció el sobrino Alvaro que llegaba desde el pueblo. En ese momento, Loreto me llama al teléfono y sé que está en casa de José, que la había recogido en el camino. Hay mucha gente que decididamente ingresa a la zona que se está quemando. Mientras, llamo y llamo a todos cuantos puedan saber del bus que venía a Saltapura, para saber de mi hermana. Nos fuimos a la cancha del Galvarino. De pronto, en una loma contigua veo humo, saliendo desde los pastizales. El camión repartidor de agua está allí también; pero, reaccionan un poco tarde. El fuego avanza como el agua por la pradera; llega al camino, quemando los matorrales y veo lenguas de fuego que se apoderan de los del frente. De allí, sigue su loca carrera en dirección al estero, al pitranto[3] y las casas de la Clementina, mi prima Norma, el peruano, Guillermo. El sobrino Álvaro, en short y sudadora, impulsivamente se apodera de la maguera del camión y va mojando los pastizales en un vano intento por detener el incendio que – literalmente – nos llega desde las alturas. Le escucho llamar al alcalde y al mismo tiempo quiere llegar al interior de Saltapura, en donde vive su abuela. La tía Raquel, en silla de ruedas, está allí. Nadie sabe cómo llegó. La cuidan mis sobrinas y otras gentes que han llegado. Don Benjamín, el vecino, parece un niño abandonado. En un momento cargan con todos ellos en uno de los vehículos y los alejan hacia el norte. Yo decido seguirlos. En eso, se acerca el ruido de la sirena. Los bomberos de Nueva Imperial han llegado e ingresan a nuestro territorio. Poco antes habían llegado dos helicópteros.






Mientras me alejo, miro en dirección a mi Saltapura y sólo veo humo; la silueta de sus colinas es difusa, los bosques se queman. Seguramente, nuestras casas ya no están y pronto ocurrirá lo mismo con las de más acá. Marta me ha pasado a una de sus perras que va obediente junto a mí y los dos míos. Por el camino, se me perdió el Kona y el Choco se regresó, sin hacer caso a los gritos que le quisieron regresar. Los demás animales domésticos quedaron a su suerte. Sólo vi que Fernando abría la tranca de un potrero, para que sus vacunos salieran al camino; pero, nunca vi el camino que tomaron. Después supe que estuvieron hasta en nuestra quinta. Las ovejas, los chanchos, los pollos, los gatos todos supieron arrancar y sobrevivieron. Los vacunos bramaban; los demás, huían en silencio. Días después, el vecino Cata contaba que vio ratones y conejos huir despavoridos, algunos quemándose.



Desde lo alto de una colina, en Reyke, vi como el fuego arrasaba con más del 50% de Saltapura. Los helicópteros iban y regresaban. Dejaban caer su carga de esperanza una y otra vez. Aparecieron otros de carabineros surcando el aire, seguramente reportando la situación por los sitios en que el fuego ya había pasado. A ratos, se perdían tras las nubes de humo insistente. Ahora ardía la parte baja de Millacoy. El fuego había llegado desde Bolonto. Un extraño viento puelche lo llevó hasta nosotros. Pasó una camioneta de la prensa. Me encontré con Pablo que en moto había entrado al lugar y me dio a saber que la casa estaba allí. Decidí volver cuando la tarde ya se iba. Por el teléfono mi Loreto me informaba que ya estaba de regreso, que volviera.

La casa de Luisa estaba en pie. Los vecinos lograron salvarla. El paisaje era negro. Sólo cenizas y esqueletos de vegetación. El local de la Escuela también estaba y la casa de Benjamín. Sólo unos pocos cercos permanecían levantados, aunque profundamente quemados. Nuestra casa, vieja, desvencijada, estaba allí; pero, a su alrededor todo estaba destruido, teñido de un negro intenso, como la noche que empezaba a cobijarnos, y nosotros sintiéndonos inmensamente desolados. La quinta estaba quemada. Las manzanas pendían achicharradas. Llegaron los bomberos – me cuentan –, ellos salvaron la casa. Pero, la de Víctor, la de Pancho y la de Alejandro ya no están. El fuego entró por el este y por el sur, dejando un pequeño espacio sin quemar; justo en donde se encuentran las casas de Herman, la de mi hermano José y la nuestra. Menos mal que llegaron los bomberos y mucha otra gente de Quilaco, de Hueychahue. Entre todos detuvieron las llamas. La casa del vecino Cata, la salvaron los de Hueychahue y el Pablo Elías. Las historias comienzan a cruzarse, mientras cargamos agua en baldes, para apagar las empalizadas, los troncos  y parte del bosque que sigue ardiendo, ahora en calma. Me introduzco al sitio en que dejamos las cenizas de mi amiga Erna y encuentro el roble de Laurel intacto. Sus cenizas están allí y a su alrededor todo está quemado. Siento que el calor ingresa hasta mis pies. El suelo está caliente. Hay sólo cenizas, unos pocos árboles en pie y un intenso olor a vegetal carbonizado que semanas después seguirá allí.






Esa noche, casi nos amanecimos atentos a cada brote de fuego que se iniciaba. Llegó gente de Nohualhue, en una camioneta, cargando agua que habían tomado de una vertiente del cerro. Los bomberos seguían vigilando por los caminos, los camiones aljibes con agua de río nos abastecían y también la lanzaban en los cercos que permanecían ardiendo. El viento ahora soplaba peligrosamente. Como a las dos de la mañana, hubo fuego intenso junto a la casa de Benjamín y mucha gente que – vaya uno a saber de dónde salía – lo apaciguó. Me fui, por el camino, para vigilar, y me encuentro con mis primas Teresa y Elsa y sobrinas/o que venían a saber de nosotros. En medio de la noche y con muchos fuegos pequeños prendiéndose por todas partes, estuvimos conversando nuestras impresiones. Junto a ellos iba un perro grande y hermoso. Es de la Luisa me informan. Hay muchas camionetas circulando y el perro se acerca a ellas, en busca de su dueña.





El viejo roble de laurel que conocí desde niño, yacía en el suelo, junto a su ropa de enredaderas de kowvj (cogüil). Quebrado en tres partes, se consumía. Parecía un sueño y no realidad. Hacia el sur se veían llamas quemando un pino y matorrales. Fui al cementerio, solo. La puerta y la caseta de entrada estaban quemadas. Recorrí las tumbas y estaban intactas. Nuestros muertos descansaban. Cuando comuniqué este hecho al día siguiente, tuve un suspiro de conformidad por respuesta.

Al día siguiente, de nuevo estuvimos ocupados apagando los rebrotes y comentando el modo en que cada uno lo vivió, de cómo llegó tanta gente a ayudarnos, de que nada se perdió. Por ejemplo, en el apuro, Guillermo dejó la motosierra en el camino de entrada. Esa misma tarde, llegó alguien de Quilaco, cargándola. Fernando vio que de una camioneta roja se bajaron para cargar la carretilla que Loreto dejó en el camino. Al día siguiente, la carretilla estaba en casa. Cuando pregunté quién la trajo, me respondieron: los de la camioneta roja la dejaron allá arriba, en la casa de mi primo, y no preguntaron quieres eran.




Entre otras historias cruzadas: muchos parientes que se hallan en Nueva Imperial viajaron en lo que pudieron. Por el camino, nos encontrábamos, nos abrazábamos y nos conformábamos con estar. Algunas lloraron, porque en ese momento no sabían que su casa estaba sana, y cuando huyeron vieron el fuego muy cerca de ella. Lino me dice que aguantó todo, hasta que llegó a la entrada y vio el viejo laurel en el suelo, quemándose, junto a su envoltura de kowvj. “En ese momento, no me aguanté – me cuenta – y me puse llorar. ¡Era mucho!”. “Terminar así – me comenta su pareja – ¡quemado!”. Siento que hay algo en común y hablamos del escaso bosque nativo tan dañado. Decimos que la asistencia estatal seguramente no lo considerará y acordamos ponernos a trabajar para conseguir recursos. La idea es iniciar un plan de reforestación y cerrarlo. El poco pitranto que había en nuestra casa desapareció, les comento. Del Rono para allá, es lo mismo, toda la vegetación del estero está quemada. Kowvj mawiza, ¿cómo estará?. Por la tarde, vimos que está casi todo quemado. Queremos que esos árboles y arbustos vuelvan a estar con nosotros, laureles, hualles, boldos, arrayanes, michayes, quilas, koliwes, pataguas, copihues, kilos, kulles, pitras, canelos, hongos, olivillos, maitenes, mañíos, desconocidos y demases. Queremos que los animales silvestres vuelvan, porque en los días siguientes muchos de ellos no lo habían hecho. Me encontré con ratones fallecidos en el intento de escapar y una perdiz chamuscada, quieta en su muerte alada. Imagino que se ahogó, porque su plumaje está casi intacto. Yo vi unas lagartijas y una culebra en la plantación de atrás, me dice Fernando. Afortunadamente, el fuego avanzó con mucha rapidez, de modo que los animales que se escondieron bajo el suelo sobrevivieron. Creemos que será posible, porque la gente se mostró solidaria de verdad. Hubo tanta generosidad compartida en esa noche, particularmente. Y en los días siguientes también, especialmente con los que perdieron su casa.




Por la tarde, visitamos a Pancho. Había allí mucha gente construyendo una mediagua. El concierto de los martillos era esperanzador, definitivamente. De la casa de muchos años no quedaba más que escombros. Milagrosamente, el galpón estaba intacto. Me lo apagaron gente de por allá, me cuenta Pancho, porque él atinó nada más que a salir y llevar a su pareja a un sitio en que el fuego no les alcanzara. Los dos estamos viejos, se disculpa. Me ha venido a ver mucha gente y me han traído de todo, agrega. Pero, comenta que la asistencia estatal ha sido lenta, cuestión que corroboro dos semanas después. En la última visita, me dice que le urge recibir una mediagua desde la Municipalidad, porque la rancha que levantaron los vecinos se construyó con lo que él tenía y lo que regaló la gente. Es insuficiente, es precaria la construcción. Esperamos que pronto – quizás en un mes más – lleguen las primeras lluvias. Ojalá. Así se apagarán los troncos y las raíces que siguen quemándose por debajo del suelo.

***

El primer martes de marzo hubo reunión ordinaria en la comunidad. Vino gente de la Conadi, un concejal, uno de Indap y otros más. Informaron que movilizarán recursos para asistir la reposición de cercos y bodegas, principalmente. También, para paliar la crisis del agua. Se mencionaron ideas para construir un tranque comunitario, etc. Con fondos de emergencia, el municipio entregó fardos de paja, al día siguiente; pero, a los animales mayoritariamente no les satisface. Acordamos levantar un catastro de todas las pérdidas, porque el realizado por las funcionarias del PDTI fue parcial. Ellas recorrieron las casas, al día siguiente, pero la gente estaba muy choqueada y omitió información relevante, como quintas, bosque nativo y chacras. También conversamos de cómo proceder en caso de que la catástrofe se repitiera. La organización no estaba preparada. No formamos un comité en forma inmediata, por ejemplo. Todo fue impulsivo. De esta tragedia tenemos que aprender.

***

Finalmente, informo que la reconstrucción es una tarea que será lenta. Cuando llegue el momento de levantar los cercos – una vez que haya llovido y los suelos estén blandos – requeriremos de gente que pueda colaborar haciendo hoyos para estacar, y para estirar las mallas y alambres. Suponemos que llevará todo el otoño y parte del invierno. Tendremos que hacer un gran malaltun (mingako de cerco) que, predio por predio, vaya dejando las cosas como estaban. Lo mismo habremos de hacer para reponer el bosque nativo que perdimos[4]. Nosotros, en casa, veremos si podemos repoblar de manzanas la quinta que construyeron papá y mamá al momento de iniciar su vida juntos. Por ahora, veo como agonizan los árboles que mi padre plantó. Mamá me contó alguna vez que se dedicaron a hacer almácigos de las diferentes variedades que encontraron, que las criaron y a los años instalaron la preciada quinta. De allí nos proveímos de chicha y orejones. En el último tiempo – además – se vendían algunos sacos. El año pasado, se hizo xafkintu de manzanas por papas. Este año no habrá chicha queridos borrachines. Habrá que ingeniárselas para brindar por la poca vida que nos queda.

De momento, espero que, de entre quienes leen este blog, algunos acudan al llamado de mingako si así ocurre, ya que en una de esas, con la gente de acá baste.




































[1] El incendio ocurrió la tarde del 25 de febrero. Se dice que se inició en el sector de Pilolcura, Bolonto, introduciéndose a Saltapura. Lo detuvieron en Millacoy. Era un día caluroso, despejado, seco.
[2] pulchén: restos de hojas calcinados que son llevados por el viento.
[3] Pitranto: Chilenismo para denominar un conjunto de pixa (pitras), árboles que crecen en los esteros y mallines (lagunas temporales).
[4] Actualmente hay muy poco bosque nativo en Saltapura; sólo algunas familias los conservan; nosotros, entre ellas.